miércoles, 8 de julio de 2009

jueves, 13 de noviembre de 2008

Encima del rail


Y pasábamos horas enteras en eso, hablando del puente y como en ese momento yo había dicho una frase pensando en algo pero que en ese breve lapsus no alcanzaba a decir, porque con sólo una palabra se me venían a la mente mil cruzadas historias, frases, personas, olores. A veces creía que cuando recordábamos juntos lo que realmente hacíamos era recordar cada uno su propia historia, que no nos escuchábamos porque mientras uno hablaba el otro estaba sumergido en la carretera, el campo, el desierto, los vagones, los trenes, que era una secuencia de circunstancias imposibles de frenar en la cabeza y entonces no podía frenar.

No se en que pensaba Carlo cuando yo recordaba algún momento y nunca se lo pregunté porque sólo pensaba en eso a ratos, en instantes, durante segundos. Me quedaba sordo en forma repentina y posiblemente era el sueño, las charlas después de las tres de la madrugada y a mi me encantaban pero entre palabra y palabra yo sólo deseaba estar con Camille o Marylou, en la cama o la carretera, daba lo mismo, siempre era un viaje, por un desierto, por el campo a alta y baja velocidad, con desenfreno total y éxtasis ligero. Carlo seguía preguntándome y me veía obligado a dejar ese tiempo de recuerdo. Creía a veces que era perdida de tiempo porque lo que yo quería era estar en otro lado, siempre al otro lado.

Quería partir pronto y lo hicimos por la tarde sin pensar demasiado y entonces subimos al pequeño Alfred que nos prometió dinero de la tía. Eso ya nos había pasado una vez, ese día del viaje en que yo puse a toda marcha el auto y quería que Marylou se transformara en Camille, porque a veces me desesperaba su presencia tan callada y complaciente. Subimos a otro más, un vagabundo de esos que recorren la ruta 66. Era gracioso porque hablaba a una velocidad acelerada, me sentía cómodo con él en el Hudson, una especie de equilibrio, siempre había espacio para uno más. Y nos contó de por qué vagaba por ahí sin destino, temía a la gente que permanecía en su encierro a los que no dejaban espacios para entender otros, para conocer otras realidades. Mientras sonaba jazz el viejo nos dijo que se había ido en el momento que su vecina había disparado a su marido y vi la cara de Sal por el retrovisor, la que nunca se inmutaba, él parecía un espectador, una parte del río que se deja llevar por la corriente y eso me gustaba.

Cuando dejamos a Alfred pensé por un segundo en llevarlo con nosotros, pero era parte del camino y no puedes llevártelo al viaje. Tienen que quedar en la ruta para que otros sepan de su existencia, de sus mundos, para que miren sus almas también. Lo dejamos con el escándalo que había en la calle, la historia de nuevo, el mensaje otra vez y yo pensaba que ese era el último día, siempre pensaba que era el último. Otro disparo y nada más que decir. A veces Dios existe, sin escrúpulos.

Se repetía la historia de la mujer que le disparaba al marido, todo se repetía cuando volvía a partir. Entendía a la mujer porque llega un momento en que te hartas de la gente y de ti mismo y ahí es momento de poner más velocidad, de correr bien fuerte y no dejar que otros se metan en tu ruta. Yo quise que todos descendieran del auto y me dejaran solo, por eso subía la velocidad para ver si salían volando, y podía escuchar el jazz de una vez sin respiraciones a-temporales a mi lado, una, dos, tres, cuatro, respiraciones, todas aceleradas, por el calor, al mismo tiempo, era el sol el que me ponía a correr. Pero a cambio de eso prefería sonreír y seguir palabra tras palabra, plan tras plan, no había por qué preocuparse de nada, nunca algo era una obligación, a veces no puedo ofrecer más que mi propia confusión.

Dean Moriarty

Basado en la novela de Jack Kerouac, "En el camino"

viernes, 7 de noviembre de 2008

El país de las últimas cosas de Paul Auster


Anna escribe sin saber el destino de su carta, sin saber el destino de ella misma al momento de plasmar lo que puede en esa libreta con tapa azul, que pasó por manos de Isabel antes de su muerte. Llegó a la ciudad hace mucho tiempo en busca de su hermano, tantos meses que ha olvidado muchas cosas desde su arribo a ese lugar donde la memoria pareciera ser un montón de nubes con sólo rasgos del pasado.

El tópico que aparece sin más es la memoria, la que falla a veces en los momentos necesarios, se esfuma un nombre, una situación, un concepto o la definición de éste. El asunto es que en el país de las ultimas cosas muchas situaciones o cosas del pasado se borraron por completo pero puede no siempre ser perjudicial, posiblemente es la forma más simple de asumir una circunstancia actual desolada, y hacer menos doloroso el proceso de desprenderse del pasado, lo que ya quedó atrás y se hace imposible de recuperar.

La historia del viaje de Anna en búsqueda de su hermano se volvió más que eso, fue el choque de una niña mimada con la realidad más cruda, la de la ciudad, el asfalto, los edificios en el suelo y la gente en los desperdicios. Es el momento actual en otro sitio, en un espacio aislado, es una ciudad y puede ser cualquiera, quizás en un momento paralelo al mismo de aquel que lee la ciudad de las últimas cosas.

La memoria es un bien para sobrevivir, al perderla se malgasta parte de uno mismo y entonces sólo queda el presente. Por otro lado los recuerdos a veces pueden ser dolorosos, por el anhelo de recuperar lo que se perdió, por la pena de haber dejado lo que no se vuelve a recuperar. Anna no afirma estar arrepentida de haber dejado ese pasado, si embargo es posible develar que en los momentos de mayor angustia reconoció el error de ese viaje. Aun así los recuerdos eran su única compañía y la memoria volvía a actuar “…la memoria es un acto voluntario, es algo que ocurre a pesar de uno mismo, y cuando todo cambia permanentemente, es inevitable que la mente falle, que los recuerdos se escapen”.

La pérdida del lenguaje es el principal paso a la soledad, al aislamiento porque se pierde el medio para comunicar necesidades. Isabel es el reflejo de esta carencia, la incomunicación que aísla por completo y que lleva a la muerte. Los habitantes del país de las últimas cosas son seres para la muerte en forma latente, no desean comunicarse o formar lazos porque todo se esfuma de repente. La vida de los otros y su pérdida puede ser un dolor y es por eso que han decidido ser individuales, todos ellos, los que están dentro y los que estamos fuera de esa ciudad.

Las pérdidas de la fe y la esperanza es un tópico que también se arrastra en la historia, con Isabel, con el rabino que no cuestiona que los otros se olviden de dios, mientras la muerte pasó a ser algo cotidiano, visto con naturalidad, el cuerpo cobra valor como cosa, objeto de uso que se recicla y por el que paga. Todo finalmente es desechable como objeto de consumo pero ahora tiene una utilidad, dar de comer para que otro cuerpo sobre viva. Crematorios y clubes de asesinatos son la fuente de ingreso de muchos otros que lucran con la muerte para continuar en la ciudad.

Las últimas cosas desaparecen, todo se esfuma, recuerdos, personas, estilos de vida, edificios y la vida. La gente se ha vuelto más egoístas, es masa en la ciudad, que se adapta al medio para sobrevivir. Como en el inicio para comer necesitan hacer trueque, las cosas han cobrado un nuevo valor y todo se traduce al presente, a la inmediatez, el pasado se olvida, el futuro es incierto y Anna persiste ahí en la ciudad, esperando su turno para esfumarse también por completo, porque siempre se levantan muros de concreto entre la ciudad y todo lo que esta allá afuera.

jueves, 9 de octubre de 2008

La Pared

Pintura: Olga Sinclair

Traté de entender su situación, el momento preciso en que tomó la decisión y sin dudar se subió al banco para hacer lo que creyó correcto. Y hemos buscado razones , entre todos, quizás para encontrar el motivo resumido en una palabra, la más simple y más convincente, para dejar de pensar en él, para evitar pensar en ellos porque es difícil no creer que acá se conjuga algo más que un evento al azar.

Nos ha costado no mirar de reojo su habitación, porque nadie quiso entrar nunca más, ninguno se atrevió a invadir ese espacio, porque debemos dejarlo tranquilo, sin meter más ruido ni dañar con nuestra presencia la pintura difuminada marcada en la pared.

Los rumores, el murmullo al pasar hacen aún más difícil la posibilidad de ir borrando el día. Yo siempre escucho susurros por la noche, no sería capaz de contar las palabras que he logrado ir descifrando con el pasar de los días. Él no fue el único y muchos presienten que viene algo grande. Lo cierto es que noto lo mismo, es como una secuencia de imágenes, y creo que no fue por el destino que yo lo haya encontrado suspendido en esa viga que nunca tuvo razón de ser más que ésta. Y escondí la botella que encontré junto a la cama porque era el tercero que se suspendía en alcohol para el último impulso.

Y a veces se me viene la pena como esas lluvias que empiezan de repente y pegan fuerte en las tejas de las casas. Aparece y no me deja porque los recuerdos han dejado de ser imágenes y se han transformado en sensaciones, sentimientos. Los recuerdos, sus recuerdos, cruzan por mi cuerpo a través de los sentidos. El aroma de su sien cuando me acercaba con ternura, el sabor de su labio superior después de comer naranjas, cómo sonreía para saber qué hacía a esas horas de la noche, porque prefería leer de noche, a veces repasar algunas frases en voz alta, siempre de noche, para evitar el ruido. Y finalmente la voz suave, que me invitaba a pasar y que ahora se convierte lentamente en susurro.

He pensado en entrar para ver si es mi imaginación, que me creo una película para acompañarme el día y por eso quiero escuchar su voz al otro lado de la pared. Me duermo intentando descifrar las palabras, tomo el libro que leía antes de colgarse y no hay páginas marcadas. A sangre fría de Truman Capote, y yo vuelvo a las paginas como una detective para encontrar las pistas, y yo, leo las páginas y las palabras, las letras una a una para intentar descifrar lo que otros no han podido. Y sigo, queriendo entender qué pasó con el susurro que esta noche ya no se siente.

Salgo de mi cama y con el libro en la mano me pego a la pared para escuchar el murmullo que se ha acallado de repente. Recorro la pared con mi oído pegado y no siento nada. Entonces es necesario que cruce la puerta y vea al otro lado, todo en silencio para no despertar a los amigos de la casa. Al cruzar, rearmo la escena en mi mente, voy desenrollando la firme cuerda que encontré junto a la botella de vino y que también escondí. Al subir, me acuerdo de sus pies descalzos suspendidos en el aire, me quito las sandalias y logro sentir en mis dedos en la fría banca de madera, aprecio como se suspende el tiempo y el silencio que él percibió cuando ajustó su cuello en el círculo bien armado de la cuerda, para mí, un lazo que yo vuelvo a ajustar esperando sentir nuevamente el susurro.


domingo, 17 de agosto de 2008

Yagús en su finaludre batlás


K se reunió con MX para convencer a los yagús de unir otlus para el gonidre de la madriga. No todos querían frijirir, recutriaban muy bien el último cronempo en que la mitad de ellos desapraquiron en una tormicra selvutrica.

K sabía bien que un batlás podía ser el finaludre de los yagas. No quedaban agus, pues todos habían ascencrido al ciclome por la falta de ambrosidas. Esa era la rapricra que les había quedado, el finaludre lento de los agus, las enfermecridades ventridas por las vacuaciones, los desgarros sacridos de las yagús insuencias.

La hispocrita dice otra cosa. La aufensires es que los yagús se reunieron en la madrigas para construir mas otlus. MX hablaba con fuercriza, mientras recrudaba al jefle de los Aku sobre Lu imponiquiendo fegloz sus furzas putridas. Emanado lacridas, su Lu de siempre se descoloría entre los jadisus del Aku fermecrado, que golpeaba con el puñodrogo los trozos de cutride sobre la aprenida. MX no pudo safcrar de los akus que lo ammacraban con extrema vicroedad.

Otlus construidos y todos con la memocira vivida del último batlás, con más agucrediza practicaron los acraces, los murtivos, los medrecos, hasta conseguir la perfucion del acrace.

La maldriga les traía velidas, así que se abroximalun mientras el doleil permanecía obnubucrole.

Uno a un fueron deslollando Akus, cada vez con mas sagnia, con más áflogo, con mas pucrido adrición. Las yagús fieras en sus acraces parecieron más aseliros, casi como los Akus en cada medreco. La sorpresa de K fue al ver a Lu entre las puñodrogos del Aku mayor. Fue K quien lo afrascró y seguro alcalimó el ciclome por entregar su cride a cambio de Lu.

La acerida quedo color foguide por la vicre que tiñó la batlás. Los Akus no se extreminafon en ese día de flogor. Los yagús se fueron al ciclome altramidono, porque tanta vicre tiñe las animdas de las alimus con ocredes, los vuelve crumelides, bilindrosos, como los Akus molieldres que persisflen en el mudrido putrido cubierto de batlás.



Fotografía Brent Stirton

viernes, 15 de agosto de 2008